lunes, 25 de febrero de 2008

Tu boca



Para formar tan hermosa
esa boca angelical,
hubo competencia igual
entre el clavel y la rosa,
la púrpura y el coral.

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Mintiendo sombras del bien,
en ella el mal se divisa,
por lo que juntos se ven
ya la apacible sonrisa,
ya el enojoso desdén.

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Y en los senos abrasados
engendra con doble holganza,
o con tormentos doblados,
cada risa una esperanza,
cada desdén mil cuidados.

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Cual las conchas orientales
en tu boca, y por vencerlas
muestra en riquezas iguales,
cuando desdeña, corales,
y cuando sonríe, perlas.

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Y si con sombras de bien
tal vez el mal se divisa,
es porque en ella se ven
guardar la miel de su risa
las flechas de su desdén.

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Si a mí su rigor alcanza,
al ver su hermosura, siente
el corazón doble holganza;
y aunque un desdén me atormente,
déme una risa esperanza.

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¡Bien haya la dulce boca,
que sólo sus frescos labios
el aura pasando toca;
que haciendo el ámbar agravios,
su miel a gustar provoca!

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¡Oh, bien haya cuando ufana
dando enojos a la rosa,
muestra su cerco de grana,
fresca como la mañana,
como el azahar olorosa!

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Y si acaso dulcemente
suelta plácida congojas,
ya es el rumor del ambiente,
ya el susurro de las hojas,
ya el murmurar de la fuente.

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Si alegres sones respira,
las aves del prado encanta;
y si a vencerlas aspira,
con las que gimen, suspira;
con las que gorjean, canta.

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Tu miel, aroma y colores,
rinde en amante oblación,
flor, ante cuyos primores,
mustias é inútiles flores
las flores del valle son.

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El néctar mas regalado
deja que de amores loco
beba en tu labio abrasado;
para una abeja es sobrado
lo que para muchas poco.

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¡Mas ah! que vertiendo quejas,
me esquivas tu dulce miel;
en vano de una te alejas
si ves que miles de abejas
poblando van el vergel.

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¡Ay de la rosa encarnada,
que en su seno de carmín
niega a una abeja la entrada!
Tantas la acosan al fin,
que queda sin miel, y ajada.

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¡Ay de las cándidas flores,
si alzan su capullo tierno
del estío a los ardores!
¡Ay del panal, si el invierno
lo hiela con sus rigores!

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Dame los gustos sin tasa,
pues ves que el sol estival
las tiernas flores abrasa;
mira que amarga el panal
cuando de sazón se pasa.

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Ríndete a mí placentera:
no te rinda con agravios
de abejas la turba fiera:
que herir esos dulces labios
herirme en el alma fuera.

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De ese tesoro las llaves
dame, y sus dones ardientes
libaré en besos suaves,
sin que lo canten las aves,
ni lo murmuren las fuentes.

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Ramón de Campoamor