jueves, 12 de enero de 2012

Mientras tanto escucho aquella música (De “Astrolabio”)



Nunca había pensado en recuperar aquel tiempo
mas aquí está tu carta desvelándolo
y esas palabras que la cierran
abriendo en mí otro mundo: mientras tanto,
escucho aquella música y miro los jardines
de invierno.

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(Bajaba entre cipreses, enredada en el humo
de las mil chimeneas, una niebla azulada.
No había visto una tierra tan excelsa, unos labios
tan mortales y delicados, una música
como el tiempo sentenciado de las recolecciones,
como la aureola del sol de cobre enfermo
sobre las colinas en que Ficino y Poliziano
platicaron.
He tenido la suerte de ver la mansedumbre
del paisaje arrancado de un Libro de Horas,
de estar allí mirando contigo los jardines
de invierno, sin desear la primavera, ni ansiar
otra estación que no fuera aquella de la eterna
consumación, de la muerte dulcísima
que hacía aún más largos tus brazos,
que enriquecía con humedades tu cintura,
que sepultaba tus ojos bajo un manto de hojas negras.
Pero, ¿cómo se puede desenterrar tus ojos,
desenterrar el sueño para escuchar la música
aquélla, para ver, como entonces,
los jardines de invierno?
¿Qué mano conducía sobre el valle las nubes?
¿Qué mano sostenía, como un cetro, la tarde?
¿Quién dirigía la ascensión del humo
sobre los tejados que acogían
por igual bibliotecas y rebaños?
Recuerdo aquel crepúsculo áspero de las vasijas,
tierno y endurecido como las ramas podadas,
días después, de los olivos.
Tarde que detenía su respiración
a la manera de un ahogado alarido,
como el chillido, muy lejano, de un ave.
Tarde crucificada en las alambradas,
en los brazos descoyuntados de la vid).

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Y dices: Mientras tanto… ¿Es que esperas
una nueva resurrección de tu carne?
¿Acaso puede alguien devolvernos la fiebre
perdida de los ojos, la sangre iluminada
de entonces, que la vida ha vuelto ácida?
Mientras tanto… Oh, sí, acaso aún duren
los jardines de invierno y esa música
de miradas superpuestas sobre las transparencias
de las aguas de los estanques de ayer
condenadas a reflejar el mundo de hoy.
Mas debes de saber que la que mira
ya no es quien levantaba una pira en la tierra
para abrasar la nieve con su nieve.
No se vuelve a vivir lo que se vive.
No se vuelve a vivir lo que se sueña.

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Supones que los días no transcurren
porque aterido enmudece el invierno de los campanarios
detrás de los cristales de tu ventana.
Pero hemos crecido en años y en desesperación
y este desconsuelo de las lluvias gastadas,
de la monotonía miserable de las tareas
me indican que tus labios ya no son
tus labios;
ni es el mirar de hoy aquel de entonces.
Sí, ahora te comprendo. Claustros, prados,
el caserío laborioso, ilustrado de cercas y de surcos,
el valle de los humanos, perduran con su música,
pero el dador de males,
despacio, muy despacio
(como el humo de entonces)
arrastra, con la carta que me escribes,
inexorablemente,
tu vida a las orillas del Orco.

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Antonio Colinas



Reseña biográfica
  
Poeta, novelista, biógrafo, ensayista, traductor y periodista español, nacido en La Bañeza, León, en 1946.
En la universidad de Madrid hizo estudios Técnicos y de Historia. Durante varios años fue lector de español en las universidades italianas de Milán y Bérgamo, donde realizó excelentes traducciones de autores italianos, entre los que cabe destacar la obra de Giacomo Leopardi y la poesía completa del Premio Nobel Salvatore Quasimodo.
Es una de las figuras más sobresalientes de la literatura española de las últimas décadas. Tras el éxito de su primera publicación, «Preludios a una noche total», han sido editados: «Truenos y flautas en un templo» en 1972, «Sepulcro en Tarquinia» en 1975, «Astrolabio» en 1979, «En lo oscuro» en 1981, «Noche más allá de la noche» en 1983, «La viña salvaje» en 1985, «Jardín de Orfeo» en 1988, «Los silencios de fuego» en 1992, y posteriormente el «Libro de la mansedumbre» en 1997.
Su obra ha sido reconocida con el Premio de la Crítica en 1975, el Premio Nacional de Literatura en 1982, la Mención Especial del Premio Internacional Jovellanos de Ensayo en 1996, el Premio de Las Letras de Castilla y León en 1998, el Premio Internacional Carlo Betocchi en 1999 y el Premio de la Academia de Poesía de Castilla y León en 2001.