viernes, 29 de febrero de 2008

La rosa montaraz


De los aceites,
cuál,
sino ese claro
que brota en la palabra
bien prensada,
que escurre,
cuando gusta,
doradora,
la gota,
la primera,
y es entonces
un ebrio resbalar siempre hacia arriba,
dispuestos a ceder,
y en la obediencia
suave, femenina,
de dejarnos llevar luego hacia dentro
donde giran las raras
luces raras,
y una hermética flor
que huele más.
Qué aventura
mejor
que este soltarnos
con el aceite fino
del idioma
en busca de esa flor,
la misma y sola,
la de ayer,
que no hay otra
y es de todos, y aquí
el uno ya le toma
el pétalo más tierno,
y otro da
con el redondo aroma,
y un tercero
como al descuido coge
su entera envergadura,
y la flor
todavía
-qué mejor aventura-
toda está para aquel que llega luego,
completa y renovada,
y ese viene y le roba
la corola también y no se acaba
en el darse,
y se da,
para ti
y para mí,
la recóndita flor,
la en alto toda.
La nunca averiguada,
esa es la nuestra,
la de las aspas duras,
la llena
de peligros
-qué mejor aventura-,
la del colmo y la rueda,
la que sabe librarnos,
la rosa montaraz,
la exhaladora.
Yo la quise traer,
sólo el viento la lleva.

(de Cantar de ciego)

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Vicente Gallego