domingo, 2 de marzo de 2008

El río y el arroyo


Naciendo uno de ella al par
El otro en remoto suelo,
Un río y un arroyuelo
Llegaban juntos al mar.

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En ancho cauce y profundo
Turbio corría el primero;
Estrecho, claro y somero
Deslizábase el segundo.

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Huyendo la muchedumbre
Y de un niño en compañía,
Un hombre a dar acudía
Su paseo de costumbre.

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Este rato de solaz
Aprovechóle en correr,
Hizo gana de beber
Y beber quiso el rapaz.

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Díjole el padre: «No ves
Que estás en sudor bañado?
Reposa un tanto a mi lado
Para que bebas después».

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El muchacho obedeció,
Que era de condición buena,
Y sentándose en la arena
A refrescarse esperó.

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Como está impaciente, muda
Una y otra vez de asiento,
Mas parándose un momento,
Formal expone una duda:

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«¿Por qué será, padre mío,
Esto que siempre reparo?:
¿Cómo está el arroyo claro
Y no lo está nunca el río?.»

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«Hijo, allí cerca del mar
Nace puro el arroyuelo,
Y nada encuentra en el suelo
Con que se pueda enturbiar;

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Si hallare casualmente
Tierra que enturbiarle deba,
Nunca a los mares la lleva
Su escasa y débil corriente.

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Viene de lejanas tierras
Este río caudaloso
Y por terreno fangoso
Y por montes y por sierras.

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Y pasa por las ciudades
Cuya inmundicia, hijo mío,
Enturbia el agua del río
Como el alma sus maldades.

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Y más la orilla dilata
Y cada vez más potente,
Su irresistible corriente
Todo al pasar lo arrebata.

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Enturbiado éste y profundo,
Claro y no profundo aquél,
Nos presenta un cuadro fiel
De lo que pasa en el mundo:

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El que apacible y serena
Busca sencilla la vida,
¿Habrá cosa que le impida
Hallarla dichosa y buena?

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Mas sintiendo la inquietud
De alguna grande pasión
Peligra en el corazón
La ventura y la virtud.

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No olvides nunca, hijo mío,
Que es difícil, te lo juro,
Ser como el arroyo puro
Y ser grande como el río.»

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Concepción Arenal