Los vientos eran contrarios,
la luna estaba crecida,
los peces daban gemidos
por el mal tiempo que hacía,
cuando el rey don Rodrigo
junto a la Cava dormía,
dentro de una rica tienda
de oro bien guarnecida.
Trescientas cuerdas de plata
que la tienda sostenían,
dentro había doncellas
vestidas a maravilla;
las cincuenta están tañendo
con muy extraña armonía,
las cincuenta están cantando
con muy dulce melodía.
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Allí hablara una doncella
que Fortuna se decía:
'Si duermes, rey don Rodrigo,
despierta por cortesía,
y verás tus malos hados,
tu peor postrimería,
y verás tus gentes muertas
y tu batalla rompida,
y tus villas y ciudades
destruidas en un día,
tus castillos, fortalezas,
otro señor los regía.
Si me pides quién lo ha hecho
yo muy bien te lo diría,
ese conde don Julián
por amores de su hija,
porque se la deshonraste
y más de ella no tenía.
Juramento viene echando
que te ha de costar la vida'.
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Despertó muy congojado
con aquella voz que oía;
con cara triste y penosa
de esta suerte respondía:
'Mercedes a ti, Fortuna,
de esta tu mensajería'.
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Estando en esto allegó
uno que nuevas traía:
cómo el conde don Julián
las tierras le destruía.
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Anónimo