Ídolo falso que el mortal adora
Y que insensato te erigió un altar,
Por quien el hombre su miseria llora,
De quien recibe sólo un gran pesar.
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Jamás canté‚ tus triunfos, niño ciego;
No herirme pudo tu temible arpón;
De tus saetas, de tu ardiente fuego,
Conservo ileso y libre el Corazón.
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Nunca manché‚ las cuerdas de mi lira
Regando en ellas llanto de dolor
De engaños mil que tu deidad respira,
Con que penas sin fin causas traidor.
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Mi puro labio de tu copa impía
Jamás gustó la emponzoñada miel,
Que al brindar viertes con sagaz falsía
Muerte, veneno y amargura y hiel.
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Nunca mi oído se inclinó a tu acento;
Siempre tu halago lo creí falaz.
Mi alma inocente no perdió un momento
Su dulce calma, su tranquila paz.
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Nunca cantar, tirano, tu victoria
Ni tributarte vil adoración
Es mi laurel, mi orgullo, dicha y gloria
Y el más grato placer del corazón.
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Si mi mejilla en llanto se humedece
Y si en el corazón hay amargor,
Si en la angustia, la dolencia crece,
no es del acíbar de tu copa, amor.
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¡No te conozco, y de esto me glorío!
Tu nombre odioso escucho con horror,
Y al ver que causas males mil, impío,
Te dice el labio:¡Maldición, amor!
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Sé que interés te vence, abate, humilla;
Sé que los celos te dan gran temor;
Sé que el mortal te inclina la rodilla.
Yo te desprecio y te maldigo, amor.
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María Josefa Mujía
Y que insensato te erigió un altar,
Por quien el hombre su miseria llora,
De quien recibe sólo un gran pesar.
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Jamás canté‚ tus triunfos, niño ciego;
No herirme pudo tu temible arpón;
De tus saetas, de tu ardiente fuego,
Conservo ileso y libre el Corazón.
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Nunca manché‚ las cuerdas de mi lira
Regando en ellas llanto de dolor
De engaños mil que tu deidad respira,
Con que penas sin fin causas traidor.
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Mi puro labio de tu copa impía
Jamás gustó la emponzoñada miel,
Que al brindar viertes con sagaz falsía
Muerte, veneno y amargura y hiel.
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Nunca mi oído se inclinó a tu acento;
Siempre tu halago lo creí falaz.
Mi alma inocente no perdió un momento
Su dulce calma, su tranquila paz.
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Nunca cantar, tirano, tu victoria
Ni tributarte vil adoración
Es mi laurel, mi orgullo, dicha y gloria
Y el más grato placer del corazón.
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Si mi mejilla en llanto se humedece
Y si en el corazón hay amargor,
Si en la angustia, la dolencia crece,
no es del acíbar de tu copa, amor.
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¡No te conozco, y de esto me glorío!
Tu nombre odioso escucho con horror,
Y al ver que causas males mil, impío,
Te dice el labio:¡Maldición, amor!
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Sé que interés te vence, abate, humilla;
Sé que los celos te dan gran temor;
Sé que el mortal te inclina la rodilla.
Yo te desprecio y te maldigo, amor.
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María Josefa Mujía
Reseña biográfica
Poetisa boliviana nacida en Chuquisaca, en 1820. Conocida también como la Ciega, escribió versos de dolor y de tristeza en la intimidad de su hogar. Sus biógrafos dicen que perdió la vista de tanto llorar la muerte de su padre a los catorce años de edad. Tenía una formación autodidacta y una inclinación natural a la versificación; único medio que le permitía transmitir con energía y precisión los sentimientos que le nacían desde lo más hondo de su ser.
Falleció en 1888.
Poetisa boliviana nacida en Chuquisaca, en 1820. Conocida también como la Ciega, escribió versos de dolor y de tristeza en la intimidad de su hogar. Sus biógrafos dicen que perdió la vista de tanto llorar la muerte de su padre a los catorce años de edad. Tenía una formación autodidacta y una inclinación natural a la versificación; único medio que le permitía transmitir con energía y precisión los sentimientos que le nacían desde lo más hondo de su ser.
Falleció en 1888.