miércoles, 21 de septiembre de 2011

Oda I - A la vida retirada




¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

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Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.

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No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

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¿Qué presta a mi contento,
si soy del vano dedo señalado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

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¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío
a vuestro almo reposo,
huyo de aqueste mar tempestuoso.

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Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de quien la sangre ensalza o el dinero.

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Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

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Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

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Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

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Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.

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Y luego sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo.

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El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso rüido
que del oro y del cetro pone olvido.

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Ténganse su tesoro
los que de un falso leño se confían:
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.

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La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.

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A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

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Y mientras miserable
mente se están los otros abrasando
con sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando

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A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado
del plectro sabiamente meneado.

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Fray Luis de León



Reseña biográfica

Poeta español nacido en Granada, en 1527. Desde joven se consagró a la iglesia, y tomó el hábito de san Agustín, habiendo ingresado en el convento de Salamanca, en el cual profesó el 29 de enero de 1544.
En dicha ciudad siguió sus estudios con gran éxito y aplauso, habiendo sido graduado en teología en 1561, para al siguiente año ganar por oposición la cátedra entonces llamada de Durando, y algún tiempo después la de Sagradas Escrituras.
Fue considerado como uno de los más sabios hombres de su tiempo, y no sin razón, pues conocía a fondo las lenguas orientales, y sus estudios abarcaban todo el campo del saber humano de entonces.
Mas este saber estuvo a punto de perderle, pues sus enemigos le acusaron de haber traducido al castellano el Cantar de los Cantares, cuando los cánones de entonces prohibían las traducciones de los libros santos a la lengua vulgar; y fue procesado por la inquisición de Valladolid como sospechoso en materia de fe, encerrado cinco años en la cárcel de la dicha jurisdicción, al cabo de los cuales logró demostrar la falsedad de lo alegado por sus enemigos, y fue puesto en libertad.
Volvió a su cátedra, y el primer día que se sentó en ella, después de los cinco años de prisión, ocurrió una anécdota muy graciosa: Tenía el maestro fray Luis la costumbre de recapitular cada día lo explicado el anterior, e invariablemente comenzaba con la sacramental frase: Decíamos ayer... Pues el día en que volvió a su cátedra, después de los famosos cinco años de ausencia, también comenzó con el acostumbrado: Decíamos ayer...
Dentro de la orden de agustinos desempeñó importantes puestos, habiendo llegado hasta a ser nombrado provincial. Mas no desempeñó nunca dicho cargo, pues la muerte le sorprendió en Madrigal, a los sesenta y cuatro años de edad, en 1591.