martes, 23 de abril de 2013

El ojo de la llave



A los quince años

Dos hablan dentro muy quedo;
Rosa, que a espiar comienza,
oye lo que le da miedo,
ve lo que le da vergüenza.
Pues ¿qué hará, que así la espanta,
su amiga, a quien cree una santa?
No sé qué le da sonrojo,
mas…, debe ser algo grave
por el ojo,
por el ojo de la llave.

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El corazón se le salta
cuando oye hablar, y después
mira…, mira…, y casi falta
la tierra bajo sus pies.
¡Ay! Si ya a vuestra inocencia
no desfloró la experiencia,
no miréis por el anteojo
del rayo de luz que cabe
por el ojo,
por el ojo de la llave.

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Desde que a mirar empieza,
de un volcán la ebullición
sube a encender su cabeza,
va a inflamar su corazón.
Claro, el ser que piensa y siente
siempre, cual ella, en la frente
tendrá del pudor el rojo
cuando de mirar acabe
por el ojo,
por el ojo de la llave.

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De aquel anteojo a merced
mira más…, y más…, y más…,
y luego siente esa sed
que no se apaga jamás.
Mas ¿qué ve tras de la puerta
que tanto su sed despierta?
¿Qué? Que, a pesar del cerrojo,
ve de la vida la clave
por el ojo,
por el ojo de la llave.

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Haciendo al peligro cara,
ve caer su ingenuidad
la barrera que separa
la ilusión de la verdad.
Pero ¿qué ha visto, señor?
Yo sólo diré al lector
que no hallará más que enojo
todo el que la vista clave
por el ojo,
por el ojo de la llave.

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Siguen sus ojos mirando
que habla un hombre a una mujer,
y van su cuerpo inundando
oleadas de placer.
Su amiga, de gracia llena,
¿no es muy buena? ¡Ah!, ¡sí, muy buena!
Pero ¿hay alguien cuyo arrojo
de ser mirado se alabe
por el ojo,
por el ojo de la llave?

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II. A los treinta años

Mas, quince años después, Rosa ya sabe
con ciencia harto precoz
que el mirar por el ojo de la llave
es un crimen atroz.
Una noche de abril, a un hombre espera:
la humedad y el calor
siempre son en la ardiente primavera
cómplices del amor.
Húmeda noche tras caliente día…
Rosa aguarda febril.
¡Cuánta virtud sobre la tierra habría
si no fuera el abril!
Y como ella ya sabe lo que sabe,
después que el hombre entró,
de hacia el frente del ojo de la llave
cual de un espectro huyó.
Y cuando al lado de él, junto a él sentada,
en mudo frenesí
se hablan ambos de amor sin decir nada,
Rosa prorrumpe así:
«¿El ojo de la llave está cerrado?
¡Ay, hija de mi amor!
Si ella mirase, como yo he mirado…
Voy a cerrar mejor».

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Ramón de Campoamor



Reseña biográfica

Poeta español nacido en Navia, Asturias, en 1817. Gozó, en su tiempo, de gran estima y popularidad. Su obra, no obstante, no superó la revisión de valores efectuada por las generaciones del modernismo y la del 98. En cambio, refleja fielmente las corrientes intelectuales de la época, tales como el positivismo o el tradicionalismo religioso.
Aficionado a la Medicina, se matriculó en el Colegio de San Carlos, pero no tardó mucho tiempo en revelarse en Campoamor su verdadera vocación de poeta; abandonó los estudios académicos, decidido a consagrarse a la Literatura. Se pasaba largas horas en la Biblioteca Nacional leyendo y estudiando las obras de los clásicos españoles y universales. Mientras tanto frecuentaba las tertulias literarias y se había dado a conocer con la publicación de algunas poesías que merecieron elogios.
Sus primeras obras fueron un tomo de Fábulas y otros dos titulados Ternezas y flores (1840) y Ayes del alma (1842). Eran versos fáciles y sentimentales que valieron a nuestro autor el dictado de "poeta de las damas". Muy joven aún, manifestó sus ideas políticas con la publicación de una serie de cuadernos que tituló Historia crítica de las Cortes reformadoras (1837). Pronto entró en la carrera burocrática; se adscribió al partido moderado de Romero Robledo y desde tal posición luchó contra los fundamentos del partido democrático de Castelar. A fines de 1847, el conde de San Luis le nombró jefe político de Castellón de la Plana, y más tarde fue gobernador civil de Alicante y de Valencia (1584).
Murió en Madrid, en 1901.