«Borradle. Labraremos la paz, la
paz, la paz,
a fuerza de caricias, a puñetazos
puros…»
-Blas de Otero-
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El
amor sube por la sangre. Quema
la
ortiga del recuerdo y reconquista
el
ancho campo abierto, la ceniza
fundadora,
que la brasa sostiene.
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El
amor es herencia de la sangre,
como
el odio, su amante, y se mantienen
íntimos,
besándose, nutriéndose
de
sus dobles sustancias transmitidas.
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Nada
podrá arrancarles de su abrazo:
La
espada, el hielo, el tiempo, con sus filos
mezclarán
sangres, que, lluviosamente,
germinarán
odios, amor o nuevas sangres.
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Cómo
decir:
-«Aquéllos,
que nunca conocieron
la
sangre derramada, que separen
el
odio del amor y reconstruyan
las
viejas catedrales de la dicha…»
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¿«Aquéllos»?,
¿son acaso otros que los murientes
trasvasados,
hechos de sangre antigua?
No es
posible lavarse el alma ni las manos
cuando
fluye hacia ellas sangre y olor a sangre.
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Si ha
de hacerse el amor, será con sangre
trepadora,
quemante, conocida,
pura
sangre del odio, amante impávido
que
el amor fecundiza.
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Si ha
de hacerse la paz…
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-¡Callad,
campanas!
¡Ved
la tierra, la tierra, que resume
su
tempero sangriento y le convierte
en
paz, en paz, a puñetazos puros…!
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Victoriano Crémer
Reseña biográfica
Poeta español nacido en Burgos en 1906.
Residió buena parte de su vida en León donde trabajó como
tipógrafo y periodista. Siendo un autodidacta sobresalió meritoriamente como
poeta y crítico, colaborando en la fundación de la revista Espadaña y en varios
programas radiales.
Obtuvo el Premio Boscán en 1951 y el Nacional de Poesía en 1963.
Entre sus obras se
destacan: «Tacto sonoro» 1944, «Las horas perdidas» 1949, «Furia y paloma» 1956
y «El fulgor y la memoria» en 1996.